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mayo 17, 2020

Acordes para un sueño

mayo 17, 2020 27 Comments

Queridos amigos y compañeros:
Continúo bastante pesimista respecto a la situación económica y social en la que ha derivado nuestro país a raiz del covid19, con la aparición de miles de familias en extrema pobreza, esto no lo digo yo sino la Cruz Roja y Cáritas, que aquí en Andalucía están triplicando su ayuda. Y viendo la lentitud e incapacidad de los políticos, jueces y otras instituciones, para resolver esta crítica situación, sin un futuro viable para los pequeños y medianos empresarios, así como para cientos de miles de trabajadores que muy probablemente irán al paro, lo que creará una grieta insalvable de deuda pública, pues francamente me parece bochornoso que no se tomen ya cartas en el asunto para expulsar del gobierno a quienes han demostrado su total ineptitud e improvisación para solucionar de una vez por todas los problemas sanitarios y económicos, que estamos viviendo. 
Ojalá hubieran parlamentarios, como la diputada Sara Cuina que ha denunciado a Bill Gates en una sesión del parlamento italiano, como podéis comprobarlo en este enlace: https://gloria.tv/post/ZbfbMQZYsoLu6TrPSX9vF2CHT

A continuación paso a presentaros mi relato para el reto de este mes en la web de Café Literautas: Reto de escritura creativa #7 Mayo 2020 - Música para mis letras, donde es obligatorio incluir la frase: «Mañana será mejor... » y como reto opcional crear una historia inspirada en una de estas tres canciones propuestas:
1) AVENTURA -  Eyes of Glory -Aakash Ghandi
2) DRAMÁTICO - Inmortality - Aakash Gandhi
3) SENTIMENTAL - Touching moments - Wayne Jones

Confieso que me encanta vencer las dificultades, por lo que participo en ambos retos.
De modo que he elegido la tercera canción para inspirarme, ya que a través de mi historia intento reflejar la sucesión de emociones o sentimientos que experimenta este aprendiz de músico o protagonista.
Os deseo una feliz lectura. Muchas gracias por tener la atención de comentar y nos seguimos leyendo.

      Siempre fue un chico especial, pues según contaban sus padres, estuvo a punto de malograrse a los pocos minutos de venir al mundo. Uno de esos niños llorones que martirizaban los tímpanos de sus progenitores a cualquier hora de la noche o del día. Tal vez, fue a consecuencia de nacer una noche de tormenta y participar con su llanto en la orquesta sinfónica de Truenos y Relámpagos.
     Después aprendió a soñar de día y despertarse a media noche para acariciar las teclas de un piano, que dibujaba en su almohada, mientras las estrellas fugaces, exhalaban un suspiro de emoción en su postrer embeleso, contemplando el constante vaivén de sus dedos columpiados por las manos.
     En su pensamiento adolescente se fue fraguando una frase que le repetía con frecuencia su adorable padre: «Mañana será mejor porque lo bueno requiere de esfuerzo y mucha paciencia».

     Se aficionó a hacer ruido a la hora de la comida, en el instante de sorber la sopa. Roncaba en la siesta a pierna suelta, y para completar su repertorio sonoro, eructaba cuando se hacía el silencio en el ascensor. Aprendió a saltar los escalones a un ritmo diferente según las inclemencias del tiempo. Si hacía sol, aumentaba el salto con más escalones de una vez, o si la lluvia empapaba los cristales, disminuía notablemente el número de peldaños.

     Tenía la boca grande, nariz respingona y una legión de granos en el rostro, con el que le acomplejaba el acné juvenil. Le encantaba llevar la contraria a sus padres, que no le quitaban el ojo de encima o le mandaban directo al cuarto para tomarse en serio las matemáticas.

     Unos le llamaban el Canijo y otros el Pirata, pero él decía que ni lo uno ni lo otro. Aprendió a ser mentiroso y se emocionaba cada vez que una chica le miraba a los ojos.
     Aunque no llegaba al metro y medio de estatura, lo disimulaba subido al guindo de don Galindo, un árbol milenario cuyas ramas tocaban en clave de sol, arpegios en La bemol, acompañando cada mañana los trinos de un alegre ruiseñor.
     Otra de sus rarezas es que tenía un ojo vago y llevó un parche de pirata durante un tiempo hasta corregírsele la visión.

     Pero una noche de luna llena, su padre ya nunca más despertó y su madre desde entonces poco a poco fue perdiendo el color, como el abril que nos robaron confinados en el temor.
     Solía ser muy reservado con sus emociones, hasta que de otro se enamoró. Tenía el Otro su misma cara y también idéntico mal humor, pues ambos habían crecido dentro de una análoga condición: el reflejo del espejo que la soledad unió.
     A estas alturas, ríen al unísono en acordes de emoción, ahora cantan melodías y suspiran por el mismo amor. El de dentro del espejo tiene los ojos más grandes y sonríe cuando le mira con ilusión. Hasta le escucha decirle: "Estudia y serás un campeón".

     Con el discurrir del tiempo, llegó a su vida el amor y de este modo, en sus viajes por el mundo, aparte de la vieja maleta, ahora también le acompaña una preciosa muchacha, que organiza sus conciertos y con quien evoca los recuerdos de un niño que podía  hacer sonar un piano, que solo él veía pintado sobre su mullido almohadón.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

Como os comentaba al principio me he inspirado para escribir el relato en la siguiente canción:
 3) SENTIMENTAL - Touching moments - Wayne Jones

marzo 11, 2020

Emma y Cosme

marzo 11, 2020 35 Comments

      «No existe la casualidad ni las coincidencias —pensé—, asombrándome al verme reflejado en el ámbar de tus ojos, aunque me limité a seguir tu juego.»
      Meses después acordamos mis honorarios de detective privado. Luego, te volteaste al cerrar la puerta de mi despacho, como si se fuera la de una cafetería, de la que ni siquiera observaste su mobiliario o al camarero que gentilmente te sirvió un refresco. Me quedé embobado, con el contorno de tu cuerpo flotando en mi cabeza; tu costumbre de hablarme moviendo las manos, el tono nasal de tu voz, las pausas, tu elegante vestido y una inmensa tristeza con la que forzaste una sonrisa para despedirte.
       Al poco tomé la cámara Réflex y salí a la calle. Tenía tiempo de deambular por el casco urbano, de desaparecer entre el paisaje y la multitud que me rodeaba. Un insignificante hombrecillo de mirada gris y zapatos grises haciendo juego con la gabardina. Sí, un auténtico hombre invisible, esfumándose dentro del halo ceniciento que me perseguía como una maldición.
     Sumergido en el frío de la noche miraba los escaparates opacados por el vaho de la helada. Me parecieron pequeños decorados de un escenario que se esfumaba en medio de la niebla. Las casas en penumbra con sus lúgubres contornos, se arrimaban unas a otras buscando protección contra algo impreciso, algo que podría aparecer deslizándose entre la bruma.
     «Te vi aparecer en la puerta del hotel despidiéndote de un desconocido, besándole en los labios, autómatas dentro de un juego macabro —pensé malhumorado—, mientras os enfocaba con el objetivo de mi cámara para obtener las instantáneas.»
     Las calles empapadas de vapor atenuaban el destello de las farolas, dulcificando las esquinas envueltas en una capa blanca de polvo húmedo y rancio, consumidas por el vacío del silencio.
   Vuestros contornos se desdibujaban en dirección opuesta, él ascendiendo la cuesta y tú descendiéndola hasta el aparcamiento.
     Tomé un taxi y le pedí al conductor que siguiera a tu vehículo. Transcurrieron unos minutos en silencio mientras mi corazón se aceleraba a medida que el taxi avanzaba en la persecución.
     Me apeé cubierto de bocanadas de la niebla disipando mi figura casi invisible y me desplacé con sigilo hasta tu domicilio.
    Caminaba sobre la acera, cuando unas voces me indujeron a girarme. Entonces, os volví a ver, discutiendo delante de la casa.
    —Espera, perdóname, no debí dejarte marchar sola del hotel.
    —Pe...ro... ¡¿Estás colocado o te volviste majareta?!
    —¡Qué tontería! ¡Estoy limpio!
   —Me estás vacilando, te conozco. Quieres dormir en mi casa, pero esta vez no te saldrás con la tuya.
    —Te equivocas, churri.
    —¡Seguro que te metiste en otro follón y buscas refugio!
    —¿De qué película me hablas? ¡A las mujeres os sale humo por la cabeza de tanto pensar! Venga, vámonos que con esta rasca se me congela hasta el nabo.
    —Como siempre, pensando en tu nabo y no en mí. ¡Lárgate, no me apetece!
    —En fin, como mi cuchi diga.


    

Afuera se iba disipando la niebla, lo mismo que en mi cabeza... Me acerqué al portal y antes de que se cerrase la puerta me colé dentro.
   —¿No pudiste sacar las fotos que te pedí? ¿Por qué vienes a estas horas a mi casa? —me bombardeaste con tus preguntas, levantando las cejas y examinándome con la mirada.
    —No es eso, Emma, déjame que te lo explique.
    —Es algo tarde, pero sube.
     Cuando abriste la puerta del apartamento sentí un fuerte pinchazo en el estómago y mi arruga en el entrecejo se acentuó.
     Me aconsejaste pasar al salón mientras te cambiabas de ropa. Durante esos minutos curioseé por el pasillo hasta toparme con una chica que me recordó a mi madre de joven. Me quedé ensimismado.
    —¿Le ocurre algo? Se ha puesto muy blanco. Ahora, le traigo un vaso de agua. ¡No se vaya! —me advirtió la muchacha levantando una mano y llevándosela a la boca para taparla con los ojos muy abiertos.
   —¿No tenías que estar con tu padre? ¿Por qué viniste sin avisarme? —interpeló Emma, desquiciada por completo.
    —Mamá, no entiendo por qué de repente te desquicia mi presencia. Hay un hombre que necesita ayuda y encima es más atento que papá. ¡Ojalá, él fuera mi padre!
    —¿Qué insinúas? ¡Sal de casa inmediatamente! ! ¡No pintas aquí nada!
    —¡Tranquilízate Emma y no trates así a mi hija!
    —¡Qué chorradas dices! ¿Para qué has venido?
    —De nada te valen las excusas, ella es el vivo retrato de mi madre y lo sabes muy bien. ¿Quieres que vaya a la policía? Conozco los turbios negocios que manejas con el sinvergüenza de tu marido.
    —Discúlpame pero solo sé que te llamas Cosme y trabajas como detective privado.
    —Emma, deja de fingir, te reconocí el primer día que pisaste mi despacho.
    —No sé concretamente a qué te refieres con eso.
    —¿Qué me dices de aquel chico tímido que se te declaró antes de irse de vacaciones y luego no volviste a ver porque te cambiaste de domicilio?
    —Si así fuera ¿por qué no me lo dijiste el primer día que fui a tu despacho? ¿Por qué ahora?
    —No es tan fácil como piensas. Cuando apareciste, me dio un vuelco el corazón y noté la misma sensación que al despedirnos aquel verano. Con el mismo nudo en la garganta temiendo otra nueva despedida, quizás la última. Pensé que preferías pasar página y de algún modo lo estuve intentando, aunque ya no logro aguantarme.
     —¿El qué, Cosme?... Siempre tan retraído. Ha pasado mucho tiempo y no soy la misma.
    —¡Claro, te has vuelto impasible! Supones que voy a quitarte a tu hija... En realidad, nuestra hija, Emma y acaba de decirte que me prefiere como padre. Eso te ha jodido. ¿De qué vas ahora rodeándote de carroña para obedecer al golfo de tu marido?
     —¡¿Qué dices?! ¡Te has vuelto loco! Ernesto es mi marido y el padre de Vane.
    —¡No, mientes! ¡Mi madre y ella son como dos gotas de agua! ¿Por qué me lo ocultaste tanto tiempo? Con una prueba de ADN se soluciona rápido.
    —Sí, mamá, yo también quiero hacérmela.
    —¡Está bien! ¡Él es tu padre!
    —¿Por qué me lo has estado ocultando, Emma?
    —Porque cuando me quedé embarazada tú no tenías oficio ni beneficio. Por eso, mis padres decidieron cambiar de barrio y evitar que nos viésemos.
     —Tuviste tiempo de sobra para explicármelo y no lo hiciste. Solo volviste para aprovecharte de mi experiencia laboral, convencida de que seguía siendo el chico cándido, incapaz de remover el pasado. ¡Te equivocaste!
     —No te enfades, Cosme, no quería llegar a esto. Rehice mi vida gracias a Ernesto, él siempre me ha apoyado, incluso le ha puesto a Vane su apellido. Es un buen hombre y no admito que le insultes.
    —Ese mal nacido te ha obligado a prostituirte y ser su compinche. ¡Sepárate de él y formalicemos nuestro matrimonio! Al fin y al cabo, soy el auténtico padre de Vane y eso nos ayudará.
    —No es así de fácil, Cosme, mi marido también es un sicario y puede acabar con los dos. Evitemos más desgracias.
    —Aunque ya no confíes en el amor, yo sí y quiero hacerte feliz. No sabes el esfuerzo que me ha costado ser testigo mudo de tu desesperación. Demasiado tiempo sin poder evitar el encanto que me produce tu belleza y el deseo de tenerte en mis brazos para siempre. No puedo dejar de amarte ni tengo miedo a Ernesto. Lucharé por vosotras, porque desde que te presentaste en mi despacho con la mirada vacía, supe que no existe la casualidad ni las coincidencias, estamos predestinados el uno al otro.


Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

enero 15, 2020

Un día cualquiera en la vida de una madre.

enero 15, 2020 41 Comments

¡Hola a todos! 
Deseo que la semana haya empezado bien, por lo que a mi respecta no voy mal, pues me acabo de enterar que mis compañeros del concurso El TINTERO DE ORO, han sido tan generosos con mi relato que ha conseguido figurar entre los finalistas, por lo que públicamente les doy las gracias.
En cuanto al relato de esta entrada se trata de la segunda participación en la web «Café Literautas»: Reto de Escritura Creativa #3 - Enero, 2020 - Lluvia, de 750 palabras máximo y en esta ocasión las palabras obligatorias: triángulo, amarillo y cuchara. Siendo válido escribirlas tanto en singular como en plural.
El reto opcional, que como bien indica su nombre, se puede aceptar o no. Para este mes, hay que incluir dentro de la escena que está lloviendo o que está a punto de llover.
Mi opción se ha declinado por incluir ese reto opcional dentro de la escena.
Y sin más preámbulos, os invito a su lectura y opinión al respecto.
Muchas gracias a los compañeros de «Café Literautas» y a vosotros por dejarme vuestra valiosa huella.

"No he podido evitarlo", hoy tengo turno de noche en el hospital y me espera una jornada agotadora, pienso, mientras observo desde la ventana a un corro de nubes saltarinas que asoma por el horizonte, parecen escombros de cenizas amenazando lluvia. De momento, no tendré que sufrir los estragos del aguacero, que parece iniciar su curso habitual empapando los cristales y fachadas con su entrecortado llanto.

Iván se ha levantado de la siesta con el rostro contraído y el ceño arrugado, parece como si algo desagradable hubiese perturbado su sueño.
Héctor no quiere merendar y está reclamándome con sus lágrimas. Hace poco que ha empezado a dar sus primeros pasos, mientras su hermano, Iván, que lo mira con recelo me pide su atención tirando el bocadillo mordisqueado al suelo.
Contemplo por la ventana la piscina de la urbanización, su abandono la ha terminado por pintar de verde. A su alrededor flotan todo tipo de desperdicios, bolsas de plástico; flotadores descoloridos y magullados por la desidia; tumbonas repletas de inmundicia; un sinfín de rastrojos brotando hasta en los rincones más insospechados.

—Mamá ¿has visto las ranas? —me pregunta Iván con los ojos muy abiertos y brillantes.
—Sí, están ahí flotando en ese agua verdusca... ¡Puaj! —le respondo contrayendo el rostro mientras me revuelve el estómago.
—Mamá ¿podemos ir a verlas? —esta vez, además, me tira del vestido para llamar su atención.
—¡No, no vamos a bajar! ¡Es asqueroso!
 —Pero mamá, la "seño" nos ha mandado dibujar la piscina de nuestra casa. ¿Quieres que me castigue si no hago los deberes?
—¡¿No te lo habrás inventado?! como lo de llevarte al Jardín Botánico. Esta vez me lo tendrás que demostrar. He hablado con tu "seño" y me ha prometido que te anotará en tu cuaderno cada tarea. ¡Tráemelo ahora mismo!
—¡Aquí está!
—Bueno, pero tendrá que ser cuando el cielo escampe. De momento, no bajaremos para que no pilléis un resfriado. Hoy no es buen día, Iván. Además, no te preocupes porque tengo un libro con fotografías de ranas que puedes dibujar.
—¡Mamá, no es lo mismo! ¡Yo quiero pintar las ranas de la piscina! —exclama mi hijo protestando con sus piececitos dando patadas a la mesa del salón esbozando una llantina. Algo que Héctor imita al instante.
—¡Ya está bien! ¡Cómo sigáis llorando os quedareis sin ver los dibujos animados! —concluyo arrugando el entrecejo y alzando las cejas.

De forma asombrosa la tormenta empieza a amainar, las gotas que tamborileaban en los cristales lentamente van achicándose hasta convertirse en unas diminutas gotitas. Al rato, la presencia del crepúsculo baña con sus tules rosas y morados los tejados de los edificios descendiendo entre las calles solitarias.
Iván permanece tranquilo pintando las ranas con pinturas verde y amarillo, las mismas del libro de Naturaleza que guardaba en el estante, mientras Héctor se toma un batido de frutas con leche.

Suena el ruido de la llave en la cerradura. Es mi marido, que acaba de regresar del trabajo. Los niños se arremolinan a su alrededor para recibir los mimos acostumbrados. Él los alza en brazos dándoles besos y haciéndoles cosquillas.

—Gabri, cariño, quédate con ellos, que voy justa de tiempo para irme al trabajo. Hoy me toca guardia en el hospital.
—Espera, ¿dónde pusiste las cucharas? Esta mañana en el desayuno he tenido que remover el café con el tenedor de postre.
—¡Ah, sí! He comprado otras nuevas, no me ha dado tiempo de colocarlas. Están en la bolsa de papel junto a la ventana de la cocina, ya sabes. ¡Me voy, que llego tarde!
—¡Niños, ya es la hora del baño, luego la cena y a dormir!

Los ojos comienzan a pesarme mientras desciendo en el ascensor hasta el garaje. Mi jornada nocturna no me permitirá regresar a casa hasta las 8 de la mañana.

El tráfico a esas primeras horas de la noche todavía colapsa algunas autovías de circunvalación por lo que procuro conducir despacio y mirando el espejo retrovisor cada vez que cambio de carril.
Apenas me quedan unos pocos metros para desviarme a la salida que lleva directamente al hospital, cuando un camión con un triángulo amarillo y símbolo de material inflamable atraviesa la mediana colisionando contra mi vehículo.
Solo unos escasos segundos antes soy consciente del desastre e instintivamente aprieto con mis dedos, pulgar y corazón de la mano izquierda la alianza en el dedo anular de la otra mano. Luego, cierro los ojos balbuceando: "Héctor, Iván, ¡perdonarme! ¡No he podido evitarlo!".

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados
 
 

octubre 28, 2019

La soprano y el pianista

octubre 28, 2019 28 Comments

Por fin aconteció el día del estreno de la ópera La Tragédie de Chursquivov, en tres actos, con música de Piatromo di Brassia y libreto de Giacometto Paccone. Dicha representación se vio rodeada de una gran expectación por parte del público, lo que ocasionó tal avalancha humana que el aforo del teatro quedó prácticamente desbordado, por lo que hubo que instalar algunos asientos provisionales en la platea.
A medida que se iban apagando las luces del recinto, se encendían las del escenario con el telón abierto. La orquesta comenzó a tocar al inicio de la obra, siguiendo las pautas que marcaba la batuta del director, éste a su vez se giró a su izquierda e hizo un gesto con la mano al pianista, para iniciar su actuación e incorporarse al grupo.
El músico, mesándose la barba en su banqueta, se dispuso a estirar los brazos y deslizar con presteza sus dedos sobre el piano. Hojeó un instante la partitura y preparado para dar paso a la obertura de «La danza de las esclavas», fue desgranando las notas como vendavales que evocaban sufrimiento y transmitían indefensión y vergüenza. La atmósfera del teatro se vio invadida de una triste sucesión de compases y ritmos extraídos del alma inspiradora del intérprete embebido en el vertiginoso pulso itinerante de las teclas, hasta acabar enmudeciendo, lo que daba paso a la actuación de la famosa soprano.
La portentosa voz de Arcalina, una diva con excelentes cualidades dramáticas, lograba enardecer a la audiencia, sus agudos eran tan portentosos, que hasta las cortinas venecianas del entorno escénico se movían imperceptiblemente, ante semejante sensación de euforia, que subyugaba hipnóticamente a los músicos parcialmente ocultos en el foso del escenario.
El tictac del reloj del grandioso vestíbulo del Gran Teatro de la Ópera de Florembur no era capaz de acallar los aplausos enfebrecidos del público, cuando marcaba las diez en punto de la noche y la estilizada presencia de Arcalina dió su primer do de pecho.
Lentamente avanzaban los elementos dramáticos de la obra mientras la música subjetivizaba la escena creando un determinado clima de suspense angustioso, donde nuevamente las notas altas de la soprano despuntaban con fuerza por cada rincón, cada lado, cada cornisa del decorado, como si de pronto se elevase del suelo y formase una altísima fortaleza inexpugnable.
El pianista la observaba asombrado, imaginándose que actuaba de barítono acompañándola en el interludio, deslizándose palmo a palmo por su cuerpo, perdido entre los pliegues de su piel, horadando sus surcos, endulzándole los labios con suaves brisas de besos robados, cabalgando juntos en un incansable galope de susurros y gemidos, descubriendo las cumbres del placer, mientras ella se entregaba por completo a sus deseos más íntimos.

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados

julio 03, 2019

La vida nos da sorpresas (última parte)

julio 03, 2019 17 Comments
fotografía de Clem Onojeghuo

Llevaba unos pocos minutos caminando, cuando algo en mi interior me aconsejaba darme la vuelta y tratar de encontrarme con ella.  Lo cual fue inútil, por lo que me acerqué al bar donde seguro estarían mis amigos empapándose de alcohol hasta las cejas y metiéndole mano descaradamente a las chicas, como si fuera necesario mostrar a la clientela o al mundo, su hombría, aunque cuando regresaban después de acompañarlas a su casa, siempre terminaban celebrando la fiesta en algún garito de ambiente (gay), pero dejando claro a los demás, que únicamente se trataba de pura diversión y nada como para tomarlo en serio ¡no faltaba más! ¡eran muy hombres! A mi, me consideraban un bicho raro, puesto que jamás me había enrollado con una chica y cuando iba a esos antros me ponía demasiado nervioso, incapaz de irme al «cuarto oscuro» con ellos.

Una mañana alguien introdujo debajo de la puerta del domicilio de mis padres un sobre cerrado con mi nombre como destinatario, al mismo tiempo tocó al timbre y al abrir la puerta no pude ver a nadie. Mi madre salió al rellano de la escalera muerta de curiosidad sin advertir ningún rastro.
Me fui corriendo a mi habitación y eché el pestillo a la puerta, no me apetecía que mi madre o mi padre entraran y se enterasen de lo del sobre.
Un implacable aturdimiento comenzó a desbordarme internamente cada vez que destrozaba el envoltorio en mi propósito por conocer su interior, lo cual me dejó atónito.
Respiré con dificultad hasta que por fin logré reponerme de la impresión, luego arreglé un poco mi aspecto físico y me dispuse a tomar un taxi.
Antes de salir de casa, mis padres asombrados por la hora tan temprana y sin haber desayunado todavía, trataron de intimidarme para que les contase el motivo de mi extraño comportamiento, a lo cual respondí con evasivas y me aseguré al salir a la calle de que no me siguieran.

El taxi se detuvo frente a la puerta del edificio donde se situaba el viejo desván de Alfredo, él junto a la chica que conocí en el último ensayo de la banda me observaban desde lo alto.
Al subir arriba del todo, la pareja me invitó a acomodarse en un sofá de terciopelo rojo e inmediatamente me pidieron el dinero.

—Si no lo has traído no te permitiremos salir de aquí —le indicaron con actitud amenazante y mostrándole una foto que evidenciaba la presencia de su padre con otra mujer y la misteriosa chica. Parecía tratarse de una foto familiar.
—Seguro que tu padre nunca te contó que tenías una hermana y que mantenía otra relación con mi madre, hasta que ella murió y me obligó a buscar trabajo, pues ya no quería responsabilidades de ninguna clase. También me asustaba con llevarme al tribunal de menores, si me atrevía a hablar contigo o con tu madre de sus desenfrenos y doble vida, el muy hijo de puta. De esa manera caí en la prostitución y luego en las drogas, para acabar tirada por las calles y a punto de suicidarme. No era más que un trozo de carne que se dejaba hacer por un poco de comida y techo —se desahogó la joven de mirada hierbabuena.
—Entonces fuiste esa noche al sótano para decírmelo y como no te hice caso, ahora quieres ajustar cuentas conmigo. Lo único que no me cuadra es Alfredo, ¿qué pinta en todo este embrollo?
—¡Adivínalo tú, listo! —le increpó, con guasa, su amigo.
—¡No conoces de lo que es capaz tu padre! —exclamó ella sin pestañear y fuera de si.
—¿Qué ocurre con mi padre ? ¡Decírmelo de una vez! —les cuestioné exasperado. Preguntándoles qué es lo que querían hacer conmigo si no les entregaba ese dinero.
—Eres un niño consentido que no tienes ni idea de los trapicheos y mentiras en los que se mueve tu padre como pez en el agua. Ese «perfecto» abogado de causas perdidas, de asociaciones sin ánimo de lucro, de familias desahuciadas o de párrocos acusados de pederastia, por nombrar algunos de esos oficios reservados por el gobierno de turno para tu querido progenitor, todo un experto trilero con el póker al que jamás nadie le pidió, que sacase de la manga sus naipes marcados...
—Va siendo hora de que le llames por teléfono para que pague el rescate o serás tú la víctima de su cinismo y perversidad. No serán otros los que continúen sufriendo sus vilezas, te ha tocado a ti ser el siguiente y de eso nos vamos a encargar.

A partir de ahí no os niego que el mundo se me viniera abajo, aunque como principal protagonista y narrador en primera persona, opto por callarme y os invito a vosotros, lectores y testigos al mismo tiempo, para continuar la historia hasta el final.
 

Estrella Amaranto © Todos los derechos reservados